Los latinoamericanos son cada vez más conscientes de los efectos que la falta de redistribución de la riqueza ha tenido sobre ellos y sobre la región, la más desigual del mundo. Este movimiento es anterior a la pandemia, y el 2019 estuvo marcado por protestas masivas en Chile, Ecuador, Colombia y Bolivia.
Por Manuella Libardi
Cuando dejé los confines de mi cómodo hogar por primera vez unos meses después de empezada la pandemia de la COVID-19, me encontré con escenas de las que pensé que me había despedido en la década de 1990. Familias enteras sin hogar, niños de hasta cuatro años pidiendo en el semáforo, hombres tirados en las aceras de barrios ricos, desmayados por el hambre, la intoxicación, o una combinación de ambos.
Esta realidad era común cuando crecí en Brasil durante la crisis de hiperinflación de los años 80 y principios de los 90. A medida que crecí y el país se volvió más estable, un número creciente de brasileños dejó las calles. La pobreza se redujo en cifras récord entre 1992 y 2013, notablemente después de que Luiz Inácio Lula da Silva asumiera la presidencia en 2003.
Tres décadas después, Brasil y sus vecinos latinoamericanos experimentan niveles de pobreza nunca antes vistos en generaciones. En medio de la crisis económica y social agravada por la pandemia, la región está viendo un cambio en sus preferencias políticas con la elección de líderes de izquierda luego de más de una década de Gobierno de derecha.
Las elecciones recientes en Chile, Honduras, Perú y Bolivia han dado lugar a innumerables argumentos sobre si América Latina está pasando por otra Marea Rosa, el movimiento político que vio el surgimiento de líderes de izquierda en todo el continente a principios de la década de 2000, incluido Lula en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Hugo Chávez en Venezuela, y Michelle Bachelet en Chile. La región volvió a mostrar esta tendencia incluso antes del estallido de la crisis sanitaria, con la elección del kirchnerista Alberto Fernández en Argentina en 2019 y Andrés Manuel López Obrador en México en 2018. Las próximas elecciones en la región, particularmente en Colombia y Brasil, podrían fortalecer la ola.
Pero, ¿es este nuevo giro un verdadero voto de confianza para la izquierda latinoamericana o un voto en contra de los gobernantes derechistas y, por extensión, una demostración pública de su descontento con la situación actual de la región? Las contradicciones de AMLO en México y de Fernández en Argentina o las vacilaciones de Pedro Castillo en Perú, hacen pensar que la capacidad transformadora de la izquierda esta vez viene muy mermada.
BRASIL PODRÍA VER EL REGRESO DE LULA
Los candidatos aún tienen que lanzar sus candidaturas presidenciales en Brasil, pero algunos nombres aparecen grabados en piedra. Lula dijo que decidirá en febrero o marzo si su nombre estará en la boleta electoral del 2 de octubre como candidato del Partido de los Trabajadores, pero lidera casi todas las encuestas desde que su sentencia penal fuera anulada en marzo de 2021, lo que abrió las puertas para una posible candidatura. Una encuesta del 14 de enero muestra que el 45 por ciento de los votantes brasileños tienen la intención de apoyar a Lula en octubre, lo que lo sitúa 22 puntos porcentuales por delante del actual mandatario de extrema derecha, Jair Bolsonaro, en segundo lugar con un 23 por ciento. Si bien Lula siempre ha liderado las encuestas, su margen sobre Bolsonaro nunca ha sido tan amplio.
Lula, que estuvo al mando entre 2003 y 2010, finalizó su segundo mandato con una sorprendente tasa de aprobación del 87 por ciento, un récord en los 37 años transcurridos desde el regreso de la democracia en Brasil. La popularidad de Lula demuestra haber resistido las penurias de la última década, pero su partido no ha corrido la misma suerte. El Partido de los Trabajadores, un gigante en el escenario político de Brasil, ha perdido un terreno considerable, tanto en las elecciones generales de 2018 como en las elecciones municipales de 2020.
Meses antes de su (controvertido) juicio político en 2016, la sucesora y protegida de Lula, Dilma Rousseff, terminó el año con una tasa de aprobación del sólo nueve por ciento. Otra figura importante del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, que se enfrentó a Bolsonaro en la segunda vuelta de 2018, terminó su mandato como alcalde de São Paulo con una baja tasa de aprobación del 17 por ciento.
Es innegable que el partido de Lula ha perdido poder. Pero Lula no. Como principal representante de la izquierda brasileña, la popularidad de Lula parece trascender las preferencias del espectro político y jugar con el viejo culto latinoamericano a la personalidad. Lula fue un presidente exitoso y podría muy bien volver a encarrilar a Brasil (aunque heredaría un país muy diferente al de 2003), pero el hecho de que lidere las encuestas electorales no parece apuntar a un resurgimiento de una izquierda cohesionada, como sugiere su búsqueda de aliados de centro-derecha.
Ante la potencia de Lula y las dificultades Jair Bolsonaro en las encuestas, la derecha y el establishment brasileño han puesto en marcha una “tercera vía”, lanzando como candidato a Sergio Moro, el Juez estrella que persiguió a Lula y fue Ministro con Bolsonaro.
Colombia podría elegir a su primer líder de izquierda
Un conflicto civil de cinco décadas, librado en gran medida en el contexto de la Guerra Fría, dibujó una línea muy clara entre la izquierda y la derecha en Colombia. Con la organización de las guerrillas basada en ideales leninista-marxistas de redistribución de la tierra, los grupos armados que asolaron las zonas rurales del país en su lucha contra el Ejército colombiano han marcado la noción de izquierda en el país. Cuando América Latina estaba eligiendo a izquierdistas a principios y mediados de la década de 2000, Colombia se mantuvo sólidamente dentro del campo de centro-derecha.
Durante la mayor parte del siglo XXI, Colombia ha sido gobernada por Álvaro Uribe y sus protegidos, Juan Manuel Santos y el actual Presidente Iván Duque. Pero la corona del uribismo parece tambalearse en su cabeza, comenzando cuando Santos firmó el histórico, pero contestado, acuerdo de paz con las FARC en 2016, al que el propio Uribe se opuso. Santos fue reemplazado en 2018 por un uribista más ferviente, aunque Duque se acerca al final de su mandato como el presidente menos popular en la historia de Colombia.
El 2022 podría poner fin definitivamente a ese reinado. Después de liderar en 2018 la campaña presidencial más exitosa de un candidato de izquierda en la historia de Colombia, Gustavo Petro ha encabezado todas las encuestas antes de las elecciones presidenciales de mayo. Una encuesta reciente de intenciones de voto del 16 de enero muestra a Petro a la cabeza con un 25 por ciento. Le sigue el voto en blanco, con un 18 por ciento, y luego Rodolfo Hernández con un 13 por ciento. El candidato de centro, Sergio Fajardo, se ubicó cuarto en la encuesta con un ocho por ciento.
A pesar de su ventaja constante, Petro se ha estancado en las encuestas y parece tener un techo electoral insalvable. Por otro lado, Rodolfo Hernández, un millonario que, sin embargo, dice ser de la gente y representar al antisistema, es uno de los pocos candidatos que sigue cosechando nuevos adeptos. Fue Alcalde de Bucaramanga, una de las ciudades capitales de Colombia, hace siete años. Sin embargo, lo que realmente lo catapultó al reconocimiento público fue su carácter recio. Asimismo, contrató como asesor de su campaña presidencial a Víctor López quien fue el asesor del Presidente de El Salvador, Nayib Bukele y es, por el momento, el candidato que le pisa los talones a Petro por la izquierda.
Petro, un integrante del M-19, actual Senador y exalcalde de Bogotá, ha crecido de la mano de los movimientos progresistas de Colombia, en particular los feministas. Pero, al igual que Lula en Brasil, Petro ha buscado cada vez más hacer alianzas con los centristas en un intento por ampliar su base de votantes y sus posibilidades de ganar, una medida que muchos creen que ha alienado a su base leal.
Otro candidato que ha dado de qué hablar es Alejandro Gaviria, exrector de la Universidad de los Andes y exministro de salud de Juan Manuel Santos. Hace parte de la Coalición Centro Esperanza que reúne a sectores de centro y centroizquierda. Gaviria es un académico que tiene posturas polémicas en un país conservador como Colombia como su apoyo abierto al aborto y a la legalización de las drogas. Pero la Coalición también tiene en su abanico de presidenciables a Sergio Fajardo, exalcalde de Medellín, que quedó tercero en las elecciones presidenciales de 2018 y es más popular que Gaviria en las encuestas. El 13 de marzo, la Coalición hará una consulta en la que los colombianos podrán votar cual de sus candidatos quieren que sea el que vaya a las elecciones de mayo. Por el centro lucha también Juan Manuel Galán, candidato del Nuevo Liberalismo, que aprieta con fuerza en las encuestas.
Aunque el uribismo no tiene un candidato como Duque este año, la derecha está ampliamente representada. Por un lado está el candidato que se define como "todo lo contrario a Petro", el también exalcalde de Medellín, Federico Gutiérrez se presenta como independiente, pero es asociado con la ultraderecha y la continuidad política de Uribe por sus posturas a favor de la privatización y de las economías extractivas. Por el otro, está Alejandro Char, empresario y exalcalde de Barranquilla, otra ciudad capital de Colombia. Fue el candidato que más firmas logró recoger para su candidatura y se identifica como un candidato de derecha. Es polémico por sus más de 21 investigaciones abiertas por corrupción.
Finalmente está la interesante candidata Francia Márquez, lideresa social del Chocó, la zona más pobre de Colombia, y ganadora en 2018 del Goldman Environmental Prize, el Nobel en materia de medio ambiente. Su trabajo por las comunidades del país ha sido incansable y se reconoce como feminista. Aunque su candidatura no ha despegado del todo, ha sido una de las candidatas más lúcidas en los debates y al expresar sus ideas.
Esto podría indicar que a los colombianos les interesa más acabar con el statu quo que votar por ideales económicos de izquierda. Pero los últimos años han cambiado los escenarios políticos y sociales del país. Los colombianos mostraron su descontento con la agenda neoliberal implementada en las últimas décadas y sus consecuencias durante las protestas masivas lideradas por jóvenes de 2021, que estuvieron marcadas por la represión policial, brutalidad y muertes. El hartazgo social sugiere un cambio fuerte en un país previamente inmovilizado por la hegemonía de la centro-derecha.
¿Puede la vieja izquierda confluir con los progresistas?
Casi al unísono, la región giró hacia la derecha desde mediados de la década de 2010, cuando el precio de las commodities se desplomó a algunos de sus niveles más bajos del siglo XXI, devastando las economías latinoamericanas, que siguen dependiendo en gran medida de la exportación de materias primas.
Un movimiento similar está ocurriendo ahora, pero con algunas diferencias. Los latinoamericanos son cada vez más conscientes de los efectos que la falta de redistribución de la riqueza ha tenido sobre ellos y sobre la región, la más desigual del mundo. Este movimiento es anterior a la pandemia, y el 2019 estuvo marcado por protestas masivas en Chile, Ecuador, Colombia y Bolivia.
Chile, a menudo aclamado como el primer laboratorio del verdadero experimento neoliberal, ahora busca ser su tumba. Millones de chilenos tomaron las calles del país a partir de octubre de aquel año, iniciando un movimiento casi revolucionario. Tras la revuelta popular, como válvula de escape se acordó abrir un periodo constitucional y el país eligió una Convención tremendamente innovadora y abierta a la sociedad para reescribir su Constitución y acaba de elegir como Presidente a un candidato de la izquierda alternativa de 35 años, Gabriel Boric, surgido de las protestas estudiantiles de la década anterior.
América Latina ha visto el rápido avance de movimientos sociales progresistas en los últimos años, ratificado políticamente no sólo por los poderosos eventos en Chile, sino también por los avances en los derechos de las mujeres promovidos por el movimiento feminista cada vez más organizado de la región, que logró legalizar el aborto en Argentina en diciembre de 2020 y lo despenalizó en México en septiembre de 2021.
Sin embargo, esta izquierda parece alejada de los carismáticos líderes de la Marea Rosa, como Lula y la Vicepresidenta argentina Cristina Kirchner, quienes se centraron en gran medida en el crecimiento económico a través del extractivismo, distribuyendo los réditos de las exportaciones pero sin llevar a cabo una verdadera redistribución de la riqueza a través de una política fiscal eficiente. Pero algunos analistas creen que la nueva “marea verde” ha brotado de la vieja generación “rosa” y, como tal, tiene el poder político para influir en sus antepasados. De hecho, Lula celebró abiertamente la victoria de Boric en Chile, demostrando que, a pesar de sus recientes alianzas con los centristas, entiende el poder de la nueva generación de izquierda.